sábado, 23 de enero de 2010

Brujas, por Walter Vargas
















Brujas es una ciudad rara y yo soy la medida de su extravagancia. Aún no he aprendido a ir más allá de mis familiaridades, de mis creencias, de mis prejuicios. Definitivamente, Brujas es rara porque raro me siento caminando entre lagos, cisnes, bosques, veredas exiguas, castillos, casas de tejas rojas que parecen salidas de un cuento de hadas y calles cuyos nombres comprenden tres vocales y siete consonantes.
Sé que estoy en la capital de Flandes Occidental, pero esa certeza es nominal, inocua, no me ayudaría más que para salir del paso en un programa de preguntas y respuestas. ¿Sabe usted cuál es la capital de Flandes Occidental? Sí, desde luego, es Brujas. Incluso podría añadir que es célebre por sus telas y encajes, que en su castillo, dicen, recibió la estocada mortal D'Artagnan. ¿Y...? ¿De qué me sirven esas referencias ahora que estoy aquí, tratando de obtener una cama para dormir esta noche y la señora me dice sorry míster, el albergue está completo, tal vez mañana, hoy no?
Trato de recomponerme de la desazón. No tolero la idea de que la noche me sorprenda en este bello y sombrío laberinto. Me da miedo, me da miedo tener miedo, me da miedo que noten mi miedo la señora y los cuatro españoles que acaban de golpear el mostrador de la señora para que ella les diga que no, que tomorrow maybe.
Uno de los españoles me pregunta si entendí lo que dijo la señora. Más o menos, le digo, pero mientras le respondo advierto que ya no tengo miedo, que lo que tengo es la urgencia de la misión inconclusa, la combustión indispensable para intentar ser mejor que yo mismo, mejor que mis flaquezas. Le pido unos números de teléfono a la señora, la señora los anota y me los da. Los españoles hablan todo el tiempo. Se presentan con nombres y apodos, son de Vallecas. Eso los pone orgullosos.
Espero turno para hablar por teléfono. Los cuatro vallecanos se ponen detrás de mí, en fila, ansiosos, divertidos. Habla tú que manejas el inglés, me dice uno. Y yo, que si algo no manejo es el inglés, recuerdo que mi madre decía que la necesidad tiene cara de hereje y, como esta necesidad es grande, hago un curso acelerado. Hablo con un albergue, dos, tres. Se me terminan las monedas pero un vallecano me alcanza las suyas. En el cuarto albergue hay lugar, reservo cinco camas, estoy relajado y feliz, un vallecano le dice al otro este argentino es la hostia, el tercero me palmea la espalda y el cuarto me pide que pregunte por el desayuno, pero el desayuno me tiene sin cuidado porque mañana a las 6 estaré en la estación para viajar a Ostende, y en Ostende tomaré el ferry hasta Dover, y en Dover tomaré el tren hasta Londres, y en Londres buscaré una habitación porque mis contactos están de viaje o se perdieron en la niebla.
Brujas es rara y es bella, esa sensación me acompaña toda la tarde, acompañado por estos cuatro vallecanos que se pasaron todo un año juntando pesetas para conocer un poco más de Europa, hablan de fútbol, hacen chistes machistas, fuman hachís y beben cerveza, mucha cerveza, hectolitros de cerveza. El único alimento sólido es un poco de fiambre que Oscar nos procura en una panadería. Sil vous plait, de eso, ten, pide, y vuelve con doscientos gramos de jamón crudo y unas baguettes.
Al atardecer nos tiramos en el pasto, junto a unos molinos, pero a los diez minutos Tony dice que tiene sed, Juanjo asiente, Javi pregunta qué les parece si vamos a por unas cervezas y Oscar observa que en la esquina hay una terraza.
Nos acercamos a una confitería que tiene mesas afuera. Sólo una está ocupada. Allí, dos mujeres conversan animadamente. Una, rubia; la otra, morocha. ¡Qué guapas están!, exclama un vallecano.
Sí, pero la morocha no es guapa. La morocha es bellísima, repongo.
La morocha de ojos probablemente verdes, probable hermana menor de Isabelle Adjani, me mira, me sonríe, me estremece, y en perfecto español me dice gracias.

Walter Vargas





Escritor, periodista y docente.


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